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EL REALISMO Y LA HISTORICIDAD DEL CONOCIMIENTO
Paul Feyerabend
El problema al que alude el título no es
nuevo. Surgió en Occidente con los presocráticos; fue formulado por Platón y
Aristóteles, desmantelado por el ascenso de la ciencia moderna, y reapareció
con la mecánica cuántica y la creciente fuerza de los enfoques históricos (por
oposición a teóricos) del saber. El problema consiste, en resumen, en la
cuestión siguiente: ¿Cómo es que una información que es resultado de cambios
históricos e idiosincráticos pueda referirse a hechos y leyes independientes de
la historia? Para examinar el problema, lo sustituiré por dos supuestos y las
dificultades que suscita su uso corriente.
LOS SUPUESTOS
El primer
supuesto es que las teorías, los hechos y los procedimientos que constituyen el
conocimiento (científico) de un periodo determinado son resultado de unos
desarrollos históricos específicos y sumamente idiosincráticos.
Muchos hechos
apoyan esa suposición. Los griegos poseían la inteligencia y los conocimientos
matemáticos necesarios para desarrollar las perspectivas teóricas que surgirían
en los siglos XVI y XVII y, sin embargo, no lo hicieron. "La civilización
china -escribe J. Needham1 - había sido mucho más eficaz que la europea,
durante los catorce siglos previos a la revolución científica, en la
exploración de la naturaleza y en el empleo de tal conocimiento en beneficio de
la humanidad"; y, sin embargo, esa revolución tuvo lugar en la
"atrasada" Europa: no fue el conocimiento bueno sino el deficiente el
que condujo a un conocimiento mejor. La astronomía babilónica se centraba en
acontecimientos particulares, tales como la primera aparición de la luna
después de la luna nueva, y construía algoritmos para predecirlos. Ni las
trayectorias, ni las esferas celestes ni las consideraciones de la
trigonometría esférica desempeñaron papel alguno en esos algoritmos. La
astronomía griega postuló primero unas trayectorias físicas (Anaximandro),
luego otras geométricas, y construyó sobre esa base. Ambos métodos fueron
empíricamente adecuados y capaces de refinamiento (ecuantes, excéntricas y
epiciclos en la astronomía griega, los polígonos en lugar de las funciones
escalonadas o en zigzag en la alternativa babilónica). Lo que determinó la
supervivencia de una de ellas y la desaparición de la otra no fue la adecuación
empírica sino factores culturales2.
Algunos
estudios recientes han añadido pruebas impresionantes a esas observaciones
generales. Los historiadores de la ciencia que examinan la microestructura de
la investigación científica, en particular la moderna física de alta energía,
hallaron muchos puntos de contacto entre el establecimiento de un resultado
científico y la concertación de un complicado pacto político. Resultó que
incluso los "hechos" experimentales dependen de compromisos entre
diferentes grupos dotados de diferentes experiencias, filosofías, respaldos
financieros y trozos de alta teoría que apoyen su posición. Numerosas anécdotas
confirman la naturaleza histórico-política de la práctica científicas.
El segundo
supuesto es que lo que se ha descubierto gracias a esos procedimientos
idiosincráticos y dependientes de la cultura(y que se formula y se explica, por
tanto, en términos igualmente idiosincráticos y dependientes de la cultura)
existe de modo independiente de las circunstancias de su descubrimiento. Podemos
suprimir el camino que condujo al resultado sin perder el resultado mismo.
Llamaré esa suposición el supuesto de separabilidad.
También el
supuesto de separabilidad se puede apoyar con diversas razones. ¿Quién negaría,
en efecto, que había átomos mucho antes de que se inventaran los centelleadores
y la espectroscopia de masas, que esos átomos obedecían las leyes de la teoría
cuántica mucho antes de que éstas fueran escritas, y que seguirán haciéndolo
cuando el último ser humano haya desaparecido de la faz de la tierra? ¿Acaso no
es verdad que el descubrimiento de América, siendo resultado de maquinaciones
políticas motivadas por creencias falsas y cálculos erróneos, y resultado
además malinterpretado por el mismísimo Colón, no afectó en modo alguno las propiedades
del continente descubierto? Poco importa que algunos filósofos se opongan a
tales juicios temerarios, instándonos a dejar que la ciencia hable por sí
misma, ya que la "ciencia misma" está llena de juicios temerarios
como los mencionados.
Hasta aquí,
pues, los dos supuestos que subyacen al problema; veamos ahora las
dificultades.
LAS DIFICULTADES
El supuesto de
separabilidad forma parte no sólo de la ciencia sino también de las tradiciones
no científicas. Según Herodoto y el sentido común de los griegos de los siglos
sexto y quinto antes de Cristo, Homero y Hesíodo no crearon a los dioses sino
que se limitaron a enumerarlos y describir sus propiedades. Los dioses habían
existido antes y se suponía que seguirían viviendo independientemente de los deseos
y los errores humanos. También los griegos creían que podían suprimir el camino
que condujo al resultado sin perder el resultado mismo. ¿Se sigue de eso que
nuestro mundo contiene campos y partículas junto a dioses y demonios?
Los defensores
de la ciencia contestan que no, porque los dioses no tienen cabida en una
concepción científica del mundo. Pero si se supone que las entidades postuladas
por una concepción científica del mundo existen con independencia de ésta, ¿por
qué no ha de valer lo mismo para los dioses antropomorfos? Es cierto que poca
gente cree hoy en día en tales dioses, y que quienes creen en ellos raras veces
ofrecen razones aceptables; pero la suposición era que la existencia y la
creencia son cosas distintas y que una nueva edad oscura de la ciencia no
acabaría con los átomos. ¿Por qué se habría de dar un tratamiento distinto a
los dioses homéricos, cuya edad oscura es la actual?
Los partidarios
de la concepción científica del mundo responden que hay que darles un
tratamiento distinto porque la creencia en los dioses no sólo desapareció sino
que fue refutada con argumentos. De las entidades postuladas por tales
creencias no se puede decir que existan separadamente; son ilusiones o
"proyecciones" que no tienen significado alguno al margen del
mecanismo proyector.
Pero los dioses
griegos no fueron "refutados con argumentos". Los adversarios de las
creencias populares acerca de los dioses jamás ofrecieron razones que
demostrasen lo inadecuado de tales creencias partiendo de supuestos comunes. Lo
que encontramos es un cambio social gradual que condujo a nuevos conceptos y a
nuevos relatos construidos con esos conceptos.
Consideremos
dos objeciones tempranas a los dioses de Homero. La primera pertenece a un
conocido libelo de Jenófanes, el filósofo viajero5. Dice que los etíopes pintan
a sus dioses negros y chatos, los tracios rubios y con ojos azules; y añade:
Pero si manos
tuvieran los bueyes, caballos, leones
y esculpir y
pintar supieran igual que los hombres,
a caballo el
caballo, igual que los bueyes al buey parecida
traza de dioses
pintada tendrían y en piedra esculpida,
tal como ellos
mismitos luciendo figura y porte (ib., fr. 15).
El dios
"verdadero" se describe, por contraste, como sigue:
Un solo dios,
entre dioses y hombres más grande que nadie,
ni en cuerpo
igual a mortales ni en cuanto a pensar se refiere.
Siempre en lo
mismo quedando y sin mudarse en nada,
ni le conviene
afanarse andando de un lado a otro.
Todo él ve, y
todo él piensa, y todo él oye;
mas sin
esfuerzo el querer de su mente todo lo mueve.
(ib., frs.
23-26).
¿Cabe esperar
que esos versos convenzan a un "etíope" o a un "tracio"
empedernido? Ni hablar. La respuesta obvia sería la siguiente: "Parece que
a ti, Jenófanes, no te gustan nuestros dioses; pero no has demostrado que no
existan. Lo que has demostrado es que ellos son unos dioses tribales, que se
parecen a nosotros y actúan como nosotros, y que no se ajustan a tu propia idea
de dios como un superintelectual. ¿Pero por qué semejante monstruo habría de
ser medida de existencia?".
Incluso se
puede volver del revés la burla de Jenófanes, como demuestra un comentario de
Timón de Fliunte, discípulo de Pirrón:
<O:P</O:PJenófanes,
medio modesto, el engaño de Homero abatió;
a un dios
inventó sin nada humano y en todo igual,
inmóvil, sin
pena, más listo aún que la misma listeza6.
<O:P</O:PResulta,
pues, que la burla de Jenófanes sólo funciona si la entidad que quiere
introducir se halla impresa ya en las mentes de sus contemporáneos; formaliza
un proceso histórico, pero no puede originarlo. (Sospecho que sea éste sea
rasgo común a todos los "argumentos" que hacen "avanzar al
pensamiento").
Otra
"prueba" temprana contra el politeísmo, recordada por la escuela
aristotélica7, aclara todavía más la situación. Según esta prueba,
<O:P</O:Pdios
o bien es uno o bien es muchos
si son muchos,
son o bien iguales o bien desiguales
si son iguales,
son como los miembros de una democracia
pero los dioses
no son miembros de una democracia:
por tanto, son
desiguales
pero si son
desiguales, un dios inferior no es dios
por tanto
dios es uno.
La prueba da
por supuesto que ser divino significa lo mismo que detentar el poder supremo.
No era éste el caso de los dioses homéricos. Una vez más, la prueba da en el
blanco sólo después de que se haya producido el cambio necesario de la noción
de divinidad: fue la historia, no los argumentos, lo que minó a los dioses.
Pero la historia no puede minar nada, al menos según el supuesto de
separabilidad. Ese supuesto sigue obligándonos a admitir la existencia de los dioses
homéricos8.
No nos obliga
-objetan los realistas científicos- porque la creencia en unos dioses
antropomorfos, aunque tal vez no haya sido refutada con razones, no fue nunca
una creencia razonable. Solamente las entidades postuladas por creencias razonables
se pueden separar de la historia. Llamaré a éste el supuesto de separabilidad
modificado.
Ahora bien,
hacer de lo razonable un criterio de la existencia separable de las cosas
supone que las cosas se adaptan a los criterios de existencia y no al revés. La
práctica científica no corresponde a ese supuesto, y le sobran razones. Decimos
que los pájaros existen porque podemos verlos, capturarlos y tenerlos en la
mano. El procedimiento es inútil en el caso de las partículas alfa, y los
criterios que se usan para identificar las partículas alfa no nos sirven cuando
se trate de galaxias distantes o de neutrinos. Los quarks fueron durante un
tiempo objeto de duda, en parte porque las pruebas experimentales estaban
controvertidas, en parte porque se requerían nuevos criterios para unas
entidades supuestamente incapaces de existir aisladamente (el
"confinamiento"). Podemos medir la temperatura con un termómetro;
pero eso no nos lleva muy lejos. La temperatura del centro del Sol no se puede
medir con ningún instrumento conocido, y la temperatura de acontecimientos
tales como los primeros segundos del universo ni siquiera estaba definida antes
de que llegara la segunda ley de la termodinámica. En todos esos casos, los
criterios se fueron adaptando a las cosas, cambiando y proliferando cuando
entraban en escena cosas nuevas. Decir que los dioses homéricos no existen
porque no se pueden encontrar con experimentos o porque los efectos de sus
actos no pueden reproducirse, es violar ese procedimiento. Pues si Afrodita existe
y posee las cualidades e idiosincrasias que se le atribuyen, ciertamente no se
quedará sentada para someterse a algo tan estúpido y tan humillante como puede
ser una prueba de efectos reproducibles. De modo parecido se comportan las aves
huidizas, los agentes secretos y la gente que se aburre fácilmente.
Permítanme que
me extienda un poco sobre este punto. "El hombre sabio adapta sus
creencias a la evidencia", dice Hume9, y muchos científicos están de
acuerdo. Con más detalle se expresa Aristóteles: "De todos los seres
compuestos por naturaleza, algunos (los astros) son ingénitos e imperecederos
por toda la eternidad, mientras que otros están sujetos a generación y
destrucción. Resulta que respecto a los primeros... los estudios que podemos
llevar a cabo son menos, porque tanto los puntos de partida de la indagación
como las propias cosas que deseamos conocer presentan poquísimas apariencias
observables. Estamos mejor equipados para adquirir conocimientos acerca de las
plantas y los animales perecederos, porque crecen a nuestro lado. Cada uno de
los dos estudios tiene un atractivo peculiar. Si bien de aquéllos alcanzamos a
ver poca cosa, obtenemos de ello, sin embargo, mayor placer que de todo cuanto
nos rodea, ya que es conocimiento valioso, del mismo modo que el más breve
vislumbre fortuito del ser amado nos da más placer que la contemplación
detenida y pormenorizada de muchas otras cosas. Pero esta última se aventaja en
conocimiento, siendo el saber acerca de éstas mejor y más abundoso"10.
Pero el poder
epistémico que se atribuye a las diversas áreas de investigación no se conforma
a este principio. Los artesanos de todos los tiempos poseían información
detallada sobre las propiedades de los materiales y su comportamiento en las
circunstancias más variadas, mientras que las teorías de la materia, desde
Demócrito hasta Dalton, fueron considerablemente menos detalladas y su relación
con la evidencia mucho más tenue11. Aun así, las cuestiones de la realidad y de
los métodos adecuados de descubrimiento se formulaban a menudo en términos de
esas teorías y no en términos artesanales. La información de los artesanas no
contaba ni siquiera como saber. En tiempos más recientes, a la hidrodinámica y
a la teoría de la elasticidad, a pesar de sus múltiples conexiones con la
experiencia, se les asignaba un sitio muy por debajo de la mecánica abstracta
(Lagrange, Hamilton). Incluso a ciencias enteras como la química y la biología
se les atribuyó durante largo tiempo un papel secundario en la jerarquía de las
ciencias. Cuando a mediados del siglo diecinueve la escala de tiempo de la
geología y la biología rebasó la edad del Sol calculada por físicos como
Helmholtz y Kelvin y la datación correspondiente del enfriamiento de la
superficie terrestre, se dio preferencia a las cifras sumamente conjeturales de
los físicos12. Hemos de concluir que la autoridad de que goza cada materia es
resultado de desarrollos históricos idiosincráticos, al igual que su forma. Es
cierto que la tenacidad de los atomistas dio sus frutos: ni la física moderna
de partículas elementales, ni la química cuántica ni la biología molecular
existirían sin ella. Pero esos logros no se podían prever, y la invocación de
ignotos y aun inconcebibles efectos futuros puede hacerse valer igualmente a
favor de los dioses. Así pues, el supuesto de separabilidad modificado no nos
ayuda tampoco a desembarazarnos de los dioses: habiendo decidido separar
historia y existencia, debemos separar la existencia de los dioses aun de la
argumentación científica más "avanzada".
Resulta, pues,
que ni el supuesto de separabilidad ni el supuesto de separabilidad modificado
pueden obligarnos a aceptar los átomos negando a la vez a los dioses. Un
realismo que separa el ser de la historia se ve forzado a poblar el ser de
cuantas criaturas fueran y aún sigan siendo consideradas por científicos,
profetas y otros. Para evitar tal abundancia, algunos filósofos y científicos
hallaron el siguiente recurso: las entidades científicas (y, para el caso,
todas las entidades) son, según ellos, proyecciones, y en cuanto tales se
hallan vinculadas a la teoría, a la ideología y a la cultura que las postula y
las proyecta. La afirmación de que ciertas cosas son independientes de la
investigación o de la historia pertenece a unos mecanismos de proyección
particulares que "objetivizan" su ontología, y no tiene sentido
alguno al margen del escenario histórico que contiene esos mecanismos13. La
abundancia se da en la historia; no se da en el mundo.
Pero no todas
las proyecciones tienen éxito. Las mencionadas "entidades
científicas" no son meros sueños; son inventos que pasaron por largos
periodos de adaptación, corrección y modificación, y luego permitieron a los
científicos producir unos efectos hasta entonces desconocidos. De modo
parecido, los dioses de la Antigüedad y el Dios uno y trino del cristianismo
que los reemplazó tampoco fueron meras visiones poéticas. También ellos
tuvieron efectos. Influyeron en las vidas de individuos, grupos y naciones
enteras. Los dioses y los átomos acaso hayan empezado como
"proyecciones", pero recibieron una respuesta; lo cual significa que
lograron, por lo visto, tender un puente por encima del abismo que los
realistas ingenuos habían colocado entre el ser y su propia existencia
histórica. ¿Por qué desapareció esa respuesta en el caso de los dioses? ¿Por
qué es tan poderosa en el caso de la materia?
EL PODER DE LA CIENCIA
Lo que he dicho
hasta aquí es sencillo y claro. Con todo, ni siquiera un razonamiento bien
construido nos libra de la impresión arrolladora de que lo que mató a los
dioses antropomorfos fue la llegada del racionalismo filosófico primero, luego
científico. Por tanto, volveré a atacar la cuestión desde un ángulo ligeramente
distinto. Los dioses -tanto los dioses homéricos como el omnipotente Dios
creador del cristianismo- son poderes no sólo morales sino también físicos.
Provocan tempestades, terremotos e inundaciones; infringen las leyes de la
naturaleza para producir milagros; levantan los mares y detienen el curso del
Sol. Pero tales acontecimientos hoy en día o bien se niegan o bien se explican
por causas físicas, y la investigación va cerrando rápidamente las lagunas que
quedan. Proyectando así las entidades teóricas de la ciencia, vamos
destituyendo a los dioses de su posición de poder, y como las entidades más
fundamentales de la ciencia obedecen a leyes independientes del tiempo,
demostramos que nunca existieron. Muchas personas religiosas han aceptado esos
argumentos y han diluido su credo hasta hacerlo concordar con esta filosofía.
Ahora bien, el
hecho de que la ciencia domine ciertas áreas del conocimiento no basta de por
sí para eliminar cualquier idea alternativa. La neurofisiología ofrece unos
modelos detallados de los procesos mentales y, sin embargo, tanto científicos
como filósofos de inclinaciones científicas mantienen con vida el problema de
mente y cuerpo. Algunos científicos incluso proponen "colocar a la mente y
la conciencia en el asiento del conductor"14, o sea devolverles el poder
que tuvieron antes del auge de la psicología materialista. Esos científicos se
oponen a la eliminación y/o reducción de las ideas y las entidades psicológicas
de tipo precientífico. No hay razón alguna para tratar de modo distinto a los
dioses, cuyos aspectos numinosos desde siempre se han resistido a la reducción.
En segundo
lugar, la referencia a unas leyes fundamentales independientes del tiempo sólo
funciona si a éstas pueden reducirse las explicaciones modernas de sucesos que
antes se atribuían a causas divinas, tales como tempestades, terremotos,
erupciones volcánicas, etc. Pero no existen reducciones aceptables del género
requerido. Los campos especiales introducen modelos especiales cuya
derivabilidad de la física fundamental se supone, pero no se demuestra.
Descartes fue ya consciente de esa situación cuando, en un comentario sobre la
riqueza del mundo, se confesó incapaz de reducir a sus propios principios
fundamentales las propiedades de procesos especiales como la luz, usando en
lugar de ello una variedad de "hipótesis"15. Cuando Newton discute
las propiedades del movimiento en medios resistentes16, abandona el estilo
deductivo de su astronomía planetaria; su tratamiento del problema es
"casi enteramente original y en gran parte erróneo. En cada párrafo
empiezan nuevas hipótesis; se emplean generosamente supuestos ocultos y los
supuestos explicitados a veces no se usan en absoluto"17. Los
investigadores modernos en este terreno rechazan explícitamente toda exigencia
de reducción: "Desdeñar la física del continuo porque no se puede
derivarla de la física nuclear es tan ridículo como sería reprocharle que no
tiene fundamento en la Biblia"18. La teoría general de la relatividad
estuvo conectada durante largo tiempo con las leyes planetarias conocidas sólo
por conjeturas, no por derivación (calculando la trayectoria de Mercurio, se
añadía la solución de Schwarzschild a los resultados de la teoría de la
perturbación pre-relativista, sin haber demostrado, a partir de los principios
fundamentales, que ambas describían adecuadamente la situación del sistema planetario).
La conexión entre la mecánica cuántica y el nivel clásico es bastante oscura y
sólo recientemente ha sido tratada de manera más satisfactoria19. La
meteorología, la geología, la psicología, grandes partes de la biología y los
estudios sociales se hallan más lejos todavía de la unificación. En lugar de
una multitud de particulares firmemente atados a un conjunto de leyes
fundamentales invariantes en el tiempo tenemos, pues, una variedad de enfoques
cuyos principios unificadores se mantienen indistintamente en un segundo plano:
situación bastante parecida a la que se dio en Grecia tras la victoria de Zeus
sobre los Titanes20.
En tercer
lugar, estamos lejos de poseer un conjunto único y consistente de leyes
fundamentales. La física fundamental, supuesta raíz de todas las reducciones,
se halla todavía dividida en dos dominios principales: el mundo de lo muy
grande, domesticado por la relatividad general de Einstein, y el mundo
cuántico, que aún no está completamente unificado en sí mismo. "La naturaleza
gusta de hacerse parcelizar", escribió Dyson describiendo esta
situación21. Los elementos "subjetivos", como los sentimientos y las
sensaciones, que forman otra "parcela", quedan excluidos de las
ciencias naturales, aunque juegan un papel en su adquisición y control. Eso
significa que el problema (sin resolver) de mente y cuerpo afecta los
fundamentos mismos de la investigación científica. La ciencia tiene grandes
lagunas; la unidad y el alcance universal que pretende poseer no son hechos
sino supuestos (metafísicos), y aquellas de entre sus proyecciones que
funcionan provienen de áreas aisladas y carecen, por tanto, del poder
destructivo que se les atribuye. Muestran como ciertos sectores del mundo
responden a toscas aproximaciones, pero no nos ofrecen ninguna clave acerca de
la estructura del mundo como un todo.
Y finalmente,
la teoría cuántica, siendo la teoría más fundamental y mejor confirmada de la
física actual, rechaza las proyecciones incondicionales, haciendo depender la
existencia de unas circunstancias específicas e históricamente determinadas.
Las moléculas, por ejemplo, entidades fundamentales de la química y de la
biología molecular, en lugar de simplemente existir y punto, sólo aparecen en
condiciones bien definidas y bastante complejas.
Si alguien
insiste todavía en que los trozos sueltos de ciencia que revolotean por ahí en
nuestros días son muy superiores a las colecciones análogas de tiempos pasados
(una naturaleza viviente, dioses caprichosos, etc.), entonces he de remitirme a
lo que dije antes: a saber, que esa superioridad es el resultado de haber
seguido un camino de menor resistencia. Con experimentos se puede atrapar la
materia, no a los dioses. Dicho sea de paso que ese punto juega un papel
también en el interior de las ciencias. R. Levins y R.C. Lewontin22 escriben,
comentando la significación de los recientes avances de la biología molecular,
que "el enorme éxito del método cartesiano y de la visión cartesiana de la
naturaleza resulta en parte de un camino histórico de menor resistencia. Los
problemas que sucumben al ataque se persiguen con mayor vigor, precisamente
porque ahí funciona el método. Otros problemas y otros fenómenos se dejan de
lado, alejados de la comprensión por el compromiso a favor del cartesianismo.
Los problemas más arduos no se afrontan, aunque sea por la sola razón de que
las carreras científicas brillantes no suelen edificarse sobre el fracaso
constante. Así los problemas que plantea la comprensión del desarrollo
embrionario y psíquico o la estructura y función del sistema nervioso central
permanecen más o menos en el mismo estado insatisfactorio en que se hallaban
hace cincuenta años, mientras los biólogos moleculares van de triunfo en
triunfo describiendo y manipulando genes"(ib., pp. 2s.). E. Chargaff23 escribe:
"A menudo se considera que la insuficiencia de toda experimentación
biológica frente a la vastedad de la vida puede compensarse mediante una firme
metodología. Los procedimientos claramente definidos presuponen unos objetos
sumamente limitados"(ib., p. 170). No se podría expresar con mayor
claridad la insuficiencia de la ciencia frente a los dioses.
DOGMATISMO, INSTRUMENTALISMO, RELATIVISMO
Ante tal
situación caben distintas reacciones. Una consiste en desentenderse del
problema y seguir describiendo el mundo conforme a la metafísica que prefiera
cada cual. Ésta es la actitud de la mayoría de los científicos y filósofos
científicos. Es una actitud sensata: fue la de los griegos y romanos cultos que
siguieron fieles a sus dioses en medio de una lluvia de objeciones filosóficas.
Pero no resuelve nuestro problema.
Los
instrumentalistas reaccionan abandonando el segundo supuesto, aunque no del
todo ("nada existe"), sino sólo respecto a ciertas entidades24. La
confrontación con ontologías alternativas reaviva el problema.
Los
relativistas aceptan el primer supuesto pero relativizan el segundo: los átomos
existen, dado el marco conceptual que los proyecta. El problema es, en este
caso, que las tradiciones no sólo carecen de fronteras bien definidas sino que
contienen ambigüedades y métodos de cambio que capacitan a sus miembros para
pensar y actuar como si no hubiese fronteras: cada tradición es, en potencia,
todas las tradiciones. Relativizar la noción de existencia reduciéndola a un
solo "sistema conceptual" que luego se aisla del resto y se presenta
como un recorte exento de ambigüedades, es mutilar a las tradiciones reales y
crear una quimera25. No deja de ser paradójico que tal sea la actitud de gente
que se precia de tolerante para con todas las maneras de vivir.
Los
relativistas aciertan, sin embargo, al afirmar que la tentación de proyectar
ciertas entidades (dioses o átomos) se acrecienta en determinadas
circunstancias y disminuye en otras. Una vez dadas las circunstancias
favorables, las entidades "aparecen" efectivamente de manera clara y
decisiva. Los recientes desarrollos de la interpretación de la mecánica
cuántica sugieren que tales aparición han de considerarse fenómenos (el término
es de Bohr) que trascienden la dicotomía entre lo subjetivo y lo objetivo (que
subyace al segundo supuesto): son "subjetivos" en cuanto no podrían
existir sin la guía idiosincrática, conceptual y perceptiva, de algún punto de
vista (no necesariamente explícito); pero también son "objetivos", ya
que no todas las maneras de pensar dan resultados ni todas las percepciones son
fiables. Hace falta una nueva terminología para adaptar nuestro problema a esta
situación.
LOS SERES HUMANOS COMO ESCULTORES DE LA
REALIDAD
Según el primer
supuesto, nuestras maneras de pensar y de hablar son productos de desarrollos
históricos idiosincráticos. Tanto el sentido común como la ciencia ocultan esta
situación. Afirman, por ejemplo (segundo supuesto), que los átomos existían
mucho antes de ser descubiertos. Eso explica por qué la proyección halló
respuesta, pero pasa por alto que tampoco quedaron sin respuesta otras
proyecciones enteramente distintas.
Una manera
mejor de contar la historia es la siguiente. Los científicos, equipados con un
complejo organismo e insertos en unos entornos físicos y sociales sujetos a
cambios constantes, emplearon diversas ideas y acciones (y, mucho más tarde,
equipamientos que llegarían a incluir complejos industriales como el CERN) para
fabricar, primero, unos átomos metafísicos, luego unos toscos átomos físicos y,
finalmente, unos complejos sistemas de partículas elementales, a partir de un
material que no contenía esos elementos pero que era capaz de amoldarse a
ellos. Desde este punto de vista, los científicos son escultores de la
realidad; aunque escultores en un sentido especial. No sólo actúan causalmente
sobre el mundo (aunque eso también lo hacen, y tienen que hacerlo si quieren
"descubrir" nuevas entidades), sino que también crean unas
condiciones semánticas que generan interferencias fuertes que actúan desde los
efectos conocidos a las proyecciones novedosas y, a la inversa, desde las
proyecciones a los efectos experimentalmente verificables. Estamos ante la
misma dicotomía de descripciones que Bohr introdujo en su análisis del caso de
Einstein, Podolsky y Rosen26. Cada individuo, cada grupo y cada cultura trata
de lograr un equilibrio entre las entidades que postula y las creencias,
necesidades, expectativas y maneras de argumentar predominantes. El supuesto de
separabilidad surge en casos (tradiciones, culturas) especiales; pero no es
condición que satisfaga (ni que haya de satisfacer) todo el mundo, y
ciertamente no es una base sólida para la epistemología. En resumidas cuentas,
la dicotomía entre lo subjetivo y lo objetivo y la dicotomía correspondiente entre
descripciones y construcciones es demasiado ingenua como para orientar nuestras
ideas sobre la naturaleza y las implicaciones de las pretensiones del
conocimiento.
No estoy
afirmando que cualquier combinación de acciones causales y semánticas haya de
conducir a un mundo bien articulado y en el cual se pueda vivir. El material al
que se enfrentan los seres humanos (y, por cierto, también los perros y los
simios) requiere una aproximación adecuada. Ofrece resistencia; ciertas
construcciones no hallan en él ningún punto de apoyo y simplemente colapsan (el
caso de algunas culturas incipientes como, por ejemplo, los cargo cults). Por
el otro lado, ese material es mucho más maleable de lo que se suele suponer.
Moldeándolo de determinada manera (la historia de la tecnología que conduce a
un aerodinámico entorno tecnológico y a grandes ciudades de la investigación
como el CERN), obtenemos partículas elementales; procediendo en otro sentido,
obtenemos una naturaleza viviente y llena de dioses. Incluso el "descubrimiento"
de América, que cité en apoyo del supuesto de separabilidad, admitió cierto
margen de libertad, como demuestra el fascinante estudio de Edmundo O'Gorman La
invención de América27. La ciencia ciertamente no es la única fuente de
información ontológica fiable.
Importa leer
estas afirmaciones de la manera justa. No se trata de un bosquejo de una nueva
teoría del conocimiento que explique la relación entre los seres humanos y el
mundo y ofrezca una fundamentación filosófica para cualesquiera descubrimientos
que se hagan. Tomarse en serio el carácter histórico del conocimiento significa
rechazar cualquier intento de esa índole. Podemos describir los resultados que
hayamos obtenido (aunque la descripción siempre será fatalmente incompleta),
podemos comentar las semejanzas y las diferencias que nos hayan llamado la
atención, podemos tratar incluso de explicar "desde dentro", es
decir, empleando los medios prácticos y conceptuales que nos ofrece algún
enfoque particular, lo que gracias a tal enfoque hayamos descubierto (la teoría
de la evolución, la epistemología evolucionista y la cosmología moderna
pertenecen a esta categoría). Podemos contar muchos cuentos interesantes. Pero
no podemos explicar cómo el enfoque elegido se relaciona con el mundo ni por
qué, en términos del mundo, tiene éxito; pues eso equivaldría a conocer los
resultados de todos los enfoques posibles o -lo que viene a ser lo mismo- a
conocer la historia del mundo antes de que el mundo haya tocado a su fin.
Aun así, no
podemos prescindir del saber hacer científico. El impacto material, espiritual
e intelectual de la ciencia y de las tecnologías basadas en ella ha
transformado nuestro mundo. La reacción del mundo ante esa transformación
(reacción bastante extraña, por cierto) es que estamos atrapados en un entorno
científico; necesitamos a los científicos, ingenieros, filósofos de
inclinaciones científicas, sociólogos, etc., para habérnoslas con las
consecuencias. Mi tesis es que esas consecuencias no están fundadas en una
naturaleza "objetiva" sino que provienen de un complicado juego
recíproco entre un material desconocido y relativamente maleable, por un lado,
y, por el otro, unos investigadores que influyen sobre el material a la vez que
éste influye en ellos y los cambios; en fin de cuentas, es el mismo material
del que están hechos ellos mismos. No por ello resulta más fácil eliminar los
resultados. No se puede apartar de un soplo el lado "subjetivo" del
conocimiento, inextricablemente entrelazado con sus manifestaciones materiales.
Lejos de sólo constatar lo que estaba ya ahí, creó unas condiciones de
existencia, un mundo que corresponde a esas condiciones y una vida adaptada a
este mundo; esos tres hechos juntos apoyan o "establecen" ahora las
conjeturas que condujeron a ellos. Aun así, una ojeada a la historia demuestra
que este mundo no es un mundo estático poblado por hormigas pensantes (y que
publican) que recorriendo sus grietas van descubriendo poco a poco los
contornos de este mundo sin ejercer ningún efecto sobre él, sino un ser dinámico
y de muchas facetas que refleja la actividad de sus exploradores e influye en
ella. En otros tiempos estaba lleno de dioses; luego se convirtió en un
insípido mundo material; y se puede cambiarlo de nuevo, si sus habitantes
tienen la determinación, la inteligencia y el ánimo de dar los pasos
necesarios.
Paul Feyerabend - Revista
MANIA - Artículo publicado
originalmente en inglés en The Journal of Philosophy; vol. 86, n. 8,
agosto de 1989.
1 Science in Traditional China, Nueva York-Cambridge, 1981, pp. 3, 22ss.
Sobre
los detalles, véanse las secciones de Needham et al., Science and Civilisation
in China, Nueva York-Cambridge, 1956ss., en particular el vol. V, parte VII.
Una breve pero sugerente comparación entre los desarrollos que se dieron
simultáneamente en Grecia y en China se encuentra en los artículos de Jacques
Gernet y Jean-Pierre Vernant en Vernant, Mito y sociedad en la Grecia antigua,
Siglo XXI, Madrid, 1982.
2 La convicción
de que la astronomía griega fue intrínsecamente superior a la babilónica
refleja una parte de las pruebas de que había, por un lado, teorías estables y,
por el otro, unos programas de investigación de rápido crecimiento. Pero el
crecimiento de un lado y la estabilidad del otro no se debía a éxitos u
obstáculos empíricos sino a unas condiciones sociales diferentes. Véase G.E.R. Lloyd, The Revolution of Wisdom,
3 Detalles en Andrew Pickering, Constructing Quarks, Chicago University
Press, Chicago, 1984; Peter Galison, How Experiments End, Chicago University
Press,
4 Arthur Fine,
The Shaky Game, Chicago University Press, Chicago, 1986, libro interesante y
sumamente informativo, nos invita a "dejar que la ciencia se valga por sí
misma y examinarla sin la ayuda de los 'ismos' filosóficos"(p. 9), a
"tratar de entender la ciencia en sus propios términos, y no leer en ella
lo que en ella no está"(p. 149). Dado que en mi Tratado contra el método
(trad. Cast. Tecnos, Madrid, 1986) he propuesto una perspectiva parecida, veo
la posición de Fine con mucha simpatía, pero no puedo aceptarla como
definitiva. La ciencia no es la única empresa que produce pretensiones de
existencia, ni son los razonamientos científicos las únicas "complejas redes
de juicios" en que "fundan" tales pretensiones (p. 153). ¿Hemos
de convertirnos en relativistas complacientes que aceptan como existente
cualquier cosa que alguien nos proponga de forma suficientemente complicada
(con una "red compleja de juicios"), o no deberíamos más bien elegir
las redes y encontrar razones que justifiquen nuestra elección? De todas
maneras, la biología molecular, la teoría de la evolución, la cosmología y aun
la física de altas energías (véase Pickering, op. cit., p. 404, sobre el "realismo
retrospectivo" de los científicos) contienen suficientes pretensiones de
existencia "objetiva" como para colocar las dificultades que trataré
en el capítulo siguiente en el centro mismo de la ciencia.
5 En
Diels-Kranz, Die Fragmente der Vorsokratiker, Weidmann, Zurich, 1983, fragmento
16.
6 En Sexto
Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 224 (Jenófanes A 35 Diels-Kranz).
7
Seudo-Aristóteles, Sobre Meliso, Jenófanes y Gorgias, 977a14ss.
8 Marcello Pera
objeta que he empleado en mi argumentación una noción demasiado restringida de
'argumento'. Respondo que entiendo por 'argumento' cualquier historia que se
pueda contar en un tiempo relativamente breve, que obedezca al propósito de
demostrar que los dioses homéricos no existen, y que persiga ese objetivo con medios
"intelectuales", es decir, usando proposiciones y no procedimientos
como el terror, el hipnotismo, etc. Habría que añadir que los dioses antiguos
no fueron creaciones de la fantasía sino presencia viviente. En la sobria Roma
participaban incluso en el proceso político: véase la edición revisada de
Against Method, Verso, Londres, 1988, cap. 16, sobre los dioses homéricos;
Robin Lane Fox, Pagans and Christians, Norton, Nueva York, 1987, parte primera,
sección 4, titulada "Seeing the Gods", sobre el Imperio Romano
tardío; y Donald Strong, Roman Art, Penguin, Londres, 1982, sobre la Roma
republicana e imperial hasta el siglo cuarto. El Dios trino y uno del
cristianismo y los santos influyeron profundamente en las artes, en la
filosofía y la política de Occidente, y no sólo en retrospectiva sino para las
mismas personas que elaboraron los detalles.
9 An Enquiry Concerning the Understanding, sección X.
10 Aristóteles,
De partibus animalium, I, 5.
11 Cyril
Stanley Smith, A Search for Structure, MIT, Cambridge, 1981, distingue entre
las teorías de la materia, tales como la teoría atomista, y el conocimiento de
materiales. Describe cómo éste surgió varios milenios antes que aquéllas, fue
más detallado y se vio a menudo obstaculizado por consideraciones teóricas. En
una exposición presentada y explicada en From Art to Science, MIT, Cambridge,
1980, demostró la enorme cantidad de información contenida en los productos de
los artesanos antiguos. Norma Emerton, The Scientific Reinterpretation of Form,
Cornell, Ithaca, 1984, describe la batalla entre las teorías de la forma (que
estaban bastante próximas a las prácticas artesanales) y el atomismo (que no lo
estaba) y comenta los métodos que usaban los atomistas para defender su
supremacía.
12 D. Burchfield, Lord Kelvin and the Age of the Earth, Hill & Wang,
Nueva York, 1975.
13 Fine, op.
cit., cap. 6, ha demostrado que así entendía también Einstein su propio
"realismo".
14 R. Sperry, Science and Moral Priority,
15 Discurso del
método, VI.
16 Principia,
libro II.
17 C. Truesdell, Essays in the History of Mechanics, Springer, Nueva
York, 1968, p. 9.
18 Encyclopedia of Physics, vol. III/3, Springer, Nueva York, 1965, p.
2.
19 Un resumen
de los problemas y esbozo de soluciones posibles ofrece Hans Primas, Chemistry,
Quantum Mechanics and Reductionism, Springer, Nueva York, 1981. El libro
contiene también una discusión detallada de la relación entre la química y la
física fundamental.
20 Hesíodo,
Teogonía, vv. 820ss.
21 Disturbing the Universe, Harper & Row, Nueva York, 1979, p. 63. Los teóricos de
las supercuerdas tratan de superarla multiplicidad restante, pero lo único que
han conseguido hasta la fecha es forjar un lenguaje en el cual pueden hablar de
todo sin llegar nunca a ningún resultado concreto. En las palabras de Richard
Feynman, "tengo la fuerte impresión de que eso es un
sinsentido"(P.C.W. Davies y J. Brown, eds., Superstrings, Cambridge, Nueva
York, 1988, p. 194). Por lo demás, incluso si los teóricos de supercuerdas
lograsen unificar la física fundamental, aún tendrían que habérselas con la
química, la biología, la conciencia, etc.
22 The Dialectical Biologist, MIT,
23 Heraclitean Fire,
24 Como observó
Duhem cuando describió cierta fase del debate entre realistas e
instrumentalistas como una batalla "entre dos posiciones realistas"
(To Save the Phenomena, Chicago University Press, Chicago, 1969, p. 106).
25 He descrito
este aspecto del relativismo en el cap. 10 de mi libro Farewell to Reason,
Verso, Londres, 1987. (En la presunta traducción castellana de esta obra, Adiós
a la razón, Altaya, Barcelona, 1998, reedición a su vez de la publicada por
Tecnos, Madrid, 1992, no figura ningún capítulo 10 ni, por lo demás, indicación
alguna de lugar y fecha de publicación del original inglés - N. del T.).
26 Véase la reimpresión en J.A. Wheeler y W.H. Zurek (eds.), Quantum
Theory and Measurement, Princeton University Press, Princeton, 1983, p. 42. El presente
ensayo está basado firmemente en las ideas de Bohr. Al leer el epílogo de Paul
Hoyningen, Die Wissenschaftsphilosophie Thomas Kuhns, Vieweg, Braunschweig,
1989, me di cuenta de que sus ideas fueron muy parecidas, casi idénticas, a la
filosofía aún inédita del último Kuhn. Pregunté a Hoyningen cómo explicaría él
semejante armonía preestablecida (cuando escribí este texto no estaba
familiarizado con la filosofía del último Kuhn). Me contestó: "La gente
razonable piensa siguiendo las mismas líneas"; respuesta que parece
enteramente aceptable.
27 Edmundo
O'Gorman, La invención de América. Investigación acerca de la estructura
histórica del nuevo mundo y del sentido de su devenir, Fondo de Cultura
Económica, México, 1984.